LA PALABRA PICTÓRICA
Son muchos los poetas
que han cantado a la pintura a lo largo de la historia. En la tradición
hispánica, cabe recordar los nombres de Góngora, Rubén Darío, Manuel Machado,
Rafael Alberti, con su poemario A la
pintura, Octavio Paz; y en el plano internacional, me vienen a la cabeza
Seamus Heaney, Charles Simic o los poemas que William Carlos Williams dedicó a
los cuadros de Brueghel(…) Ángela Álvarez Sáez se suma a esta corriente con La columna rota, que hace un recorrido
por los algunos de las obras más representativas de la pintora mexicana Frida
Khalo. Para ello, se sirve de la écfrasis, la descripción de un objeto más allá
del discurso. Según el filósofo alemán Gotthold Lessing, la poesía goza de
mucha más amplitud que la pintura. Mediante la écfrasis, el poema no describe
ni reproduce el cuadro; más bien, el texto poético quiere superar la
información visual, lograr “ver” más de lo que revele el propio cuadro,
representando así la obra en sus propios términos. Por tanto, los cuadros son
el punto de partida para explorar las infinitas posibilidades de la
imaginación. Como indica la autora en el prólogo, el libro “parte de la
necesidad de transformar sus cuadros en palabras”. Toma el título de uno de los
cuadros que mejor definen la pintura y el mundo de Frida Khalo, La columna rota, que la artista mexicana
pintó en 1944 cuando su salud empeoraba.
El dolor que emana de
los cuadros se traslada a la palabra poética como un organismo vivo, y Ángela
Álvarez lo nombra desde cada uno de sus recovecos y heridas, se instala con
desgarro en el cuerpo y llega a golpear hasta los límites de la violencia: “Tus pezuñas infligen cortes en mi carne./
Un hundimiento en la médula. En la herida esencial del poema.” De este modo,
la poeta encara la escritura desde el centro mismo de la herida y nada puede
detener su hemorragia. Es como un exorcismo que “cosifica y conjura” la realidad
informe que se elabora con materia poética, tensando las cuerdas del destino. Como
en los mitos clásicos, la tragedia siempre está latente “en las fauces del
tigre calvo” que ya rugía con fuerza en los libros anteriores de Ángela
Álvarez: Las versiones del tigre y La torre de las tortugas.
La poesía de Ángela tiene
una fuerte carga onírica, lo que también fue uno de los puntos fuertes de la
pintura de Frida Khalo, a quien André Breton llegó a definir como “surrealista;
la mecha de una bomba”. Ambas son profundamente metafóricas. La autora va
encadenando imágenes llenas de plasticidad, creando todo un corpus narrativo.
En ningún momento se limita describir los cuadros. Nombra y pone voz a ese
expresionismo dramático que emana de los cuadros de Frida, la artista que
representó la intensidad del dolor pintando un gran corazón a sus pies, sirviéndose
de símbolos prehispánicos, hasta adentrarse en el vacío de los cuerpos(…)
© Verónica Aranda
(Fragmentos
del prólogo)
Os dejo tres poemas del
libro:
Mi nacimiento o
Nacimiento
La tierra no me sirve de soporte.
No me basta con el cuerpo que da vida.
Las pezuñas del mamífero se agarran
al lugar ilimitado, al cuerpo de la tragedia.
La tierra no me sirve como círculo.
Hilo las raíces que me atan únicamente a mi condena.
Sueño con un ánfora que no me obligue
a derramarme ciegamente, con un embrión
que me otorgue el don del nacimiento.
Más allá del elemento creador,
el mar es mi verdugo
y mi carne un signo en el que clavar puñales.
Algunas noches, doblegada por el miedo,
dejo a los salvajes devorar los restos del naufragio.
Luego, abandono a la criatura
sola,
enroscada en la jauría,
y erijo un altar en el que mi cuerpo se sostiene como
muerte.
Autorretrato como
tehuana o Diego en mi pensamiento
Vestida de raíces, madre de todas las lenguas,
te ofrezco mi fertilidad
como a un dios embrionario
en la matriz del templo.
Tú, que no tienes nombre ni memoria,
hallas el hueco exacto para convertirte en ausencia.
La columna rota
Es el dolor el artífice de esta pesadilla,
quien inventa monstruos sobre la superficie de la
tierra.
Como una tempestad de clavos, irrumpen las bestias en
mi carne,
con sus collares de heridas congénitas.
El Minotauro está en el bosque.
Cuando los hombres duermen, rompo la placenta,
lamo las húmedas escamas de la ausencia de cuerpo,
y
salgo a cazar animales inexistentes.
© Ángela Álvarez Sáez
(De La columna rota, Huerga y Fierro,
Madrid, 2016)Frida Khalo, La columna rota