sábado, 27 de enero de 2018

Poema odiseo de Claribel Alegría

                                      © Foto: Isabel Erice

CLARIBEL ALEGRÍA, Nicaragua  (Estelí, 12 de mayo de 1924-Managua, 25 de enero de 2018)​ 

CARTA A UN DESTERRADO

Mi querido Odiseo:
Ya no es posible más
esposo mío
que el tiempo pase y vuele
y no te cuente yo
de mi vida en Itaca.
Hace ya muchos años
que te fuiste
tu ausencia nos pesó
a tu hijo
y a mí.
Empezaron a cercarme
pretendientes
eran tantos
tan tenaces sus requiebros
que apiadándose un dios
de mi congoja
me aconsejó tejer
una tela sutil
interminable
que te sirviera a ti
como sudario.
Si llegaba a concluirla
tendría yo sin mora
que elegir un esposo.
Me cautivó la idea
que al levantarse el sol
me ponía a tejer
y destejía por la noche.
Así pasé tres años
pero ahora, Odiseo,
mi corazón suspira por un joven
tan bello como tú cuando eras mozo
tan hábil con el arco
y con la lanza.
Nuestra casa está en ruinas
y necesito un hombre
que la sepa regir
Telémaco es un niño todavía
y tu padre un anciano
preferible, Odiseo
que no vuelvas
los hombres son más débiles
no soportan la afrenta.
De mi amor hacia ti
no queda ni un rescoldo
Telémaco está bien
ni siquiera pregunta por su padre
es mejor para ti
que te demos por muerto.
Sé por los forasteros
de Calipso
y de Circe
aprovecha Odiseo
si eliges a Calipso
recuperarás la juventud
si es Circe la elegida
serás entre sus chanchos
el supremo.
Espero que esta carta
no te ofenda
no invoques a los dioses
será en vano
recuerda a Menelao
con Helena
por esa guerra loca
han perdido la vida
nuestros mejores hombres
y estas tú donde estas.
No vuelvas, Odiseo
te suplico.

Tu discreta Penélope.

                   © Claribel Alegría

jueves, 18 de enero de 2018

Poesía o Barbarie


Poesía O Barbarie. 

El 21 de enero, a las 20.30h, en el Teatro del Barrio (C/ Zurita, 20. Lavapiés. Madrid) con:
Sofía Castañón
Fee Reega
Verónica Aranda
Nerea Pérez de las Heras
+ Micro Libre.

miércoles, 17 de enero de 2018

Reseña de Dibujar una isla, por Ariadna García

Dibujar una isla, Verónica Aranda. Reino de Cordelia. 2017. 104 páginas. 9,95 euros.

escrito por Ariadna G. García 16 enero, 2018


EL PAISAJE DE LA INTIMIDAD: UN GIRO EN LA POÉTICA DE VERÓNICA ARANDA


Si en mi reseña de Café Hafa (2012) reclamaba más atención por parte de la crítica hacia la obra de la poeta madrileña Verónica Aranda, hoy festejo que en estos últimos años se haya convertido en una voz indiscutible de la poesía actual. Desde entonces, Verónica ha sumado dos nuevos títulos a su extensa bibliografía (Épica de raíles y Dibujar una isla), así como otros tantos premios a su palmarés (Internacional Miguel Hernández y Ciudad de Salamanca). Hoy en día, además, dirige la colección de poesía latinoamericana Y toda la noche se oyeron… que edita ediciones Polibea. A colación de esto último, destaquemos también sus recientes antologías de la joven poesía colombiana (Queda la palabra Yo) y ecuatoriana (En mitad de un equinocio), preparadas en colaboración con poetas de una orilla y otra del Atlántico (Ana Martín Puigpelat y Siomara España). No en vano, Verónica se ha convertido en una excelente embajadora de la lírica hispanoamericana en nuestro país.
Viajera infatigable, la poeta nos lleva con su nuevo poemario de viaje por las islas helenas. Primero, por el archipiélago oriental (sitas en el Egeo), y más tarde, por el occidental (esparcidas por el mar Jónico). Las islas del Egeo, sobrias y austeras, nos evocan una vida sencilla agraciada por la naturaleza. Aranda nos sugiere este paisaje apelando a los sentidos («aroma a sandía caliente», «este viento / que recibes descalza», «playas de tamarindos»). Santorini o Mikonos (se echa de menos Creta) evocan el reposo y la placidez de quien se desentiende de problemas y ni busca conflictos ni los provoca: «Acaso la existencia / es esta forma lenta / de bajar los peldaños / y divisar volcanes» (p. 15). En este marco, se evoca al mismo tiempo una relación amorosa que empieza a erosionarse, que, lo mismo que una hoja, nos muestra sus dos caras: luminosa y sombría (plena y distante). Las islas del Jónico se ofrecen como metáfora de la polaridad afectiva: «Toda isla es un enigma / cuando lava y espuma / se entrelazan» (p. 51). Así, erotismo y desamor se alternan en las páginas del libro. La tercera parte de la obra, «Dibujar una casa», nos cambia de escenario. Nos habla de las dificultades, ahora, de sostener un hogar, de las contradicciones que una encuentra al comenzar una nueva –y secreta– aventura. Si la lectura es cobijo frente a la adversidad, y el sexo una manera de resguardo, pronto la soledad condena a la intemperie a la mujer que enuncia («caen escombros / y se derrama harina de amaranto» p. 87). La prudencia y la espera, valores estoicos asociados al paisaje descrito –oriundos de Grecia–, serán los talismanes a los que se aferre en busca de equilibrio, de una paz que no alcanza. De nuevo resuena en nuestros oídos la dualidad amorosa anterior, lava y espuma chocan, contienden como hicieran durante el petrarquismo el fuego y la nieve. Verónica Aranda deja traslucir en este libro emociones inéditas: el miedo, la angustia, el desprecio o la impotencia («Te esquivaba / e iba sumando lirios y aislamiento / en mi incapacidad / de ponerle palabras al desgaste» p. 89). Ha crecido como poeta. A la excelente capacidad evocadora de sus libros previos, a esa inteligente mirada que dirigía simpre hacia mundo exterior, vemos que añade ahora la hondura de su propia conciencia, que nos revela sus emociones afectivas, logrando conmovernos. Quizás sea Dibujar una isla su poemario más íntimo. Ya veremos si estrena con él un nuevo rumbo a donde encaminar sus futuros versos.

                              (Reseña publicada en la Revista digital Oculta Lit)

sábado, 6 de enero de 2018

Haiku de Año Nuevo

                                                                                           Foto: Verónica Aranda

               ¡Feliz 2018!
                     


                     Comienza el año.
                     Navegando el Mekong,
                     nuevos propósitos. 


                                                    © Verónica Aranda