Es el momento del poema:
Jane Bowles cruza la calle Libertad
del brazo de Cherifa, su amante bereber.
La mirada perdida, alcoholizada.
Pasan por el Gran Zoco donde hay puestos
de papagayos rojos y caminan
entre la multitud, la abulia, las especias.
Han pasado la tarde en el café París.
Sabe aburrirse la Sra. Bowles
con la elegancia de los elegidos.
Sabe sorber el té, los lugares comunes.
Queda lejos el Sáhara,
las alcobas de hotel desangeladas
donde escriben, febriles, los viajeros.
La Olivetti hace tiempo
que quedó relegada en un rincón
de su piso de Tánger.
Tiempo de la mentira y de la amnesia.
Queda la dispersión
y los atardeceres de gin tonic,
alguna que otra fiesta
en las mansiones del Marshan.
con tintes desvaídos, con enigmas,
de la vieja ciudad internacional.