martes, 12 de abril de 2016

Reseña del libro de haikus "En los bolsillos huesos de melocotón", de Isabel Pose



En los bolsillos huesos de melocotón (haikus, anti haikus, tankas), Polibea, Madrid, 2016, 10 € (+ gastos de envío)

 Es más que conocida la influencia que ha ejercido el haiku en España en los últimos años y la proliferación de publicaciones, estudios críticos y antologías de haiku en español como Un viejo estanque, que salió en la editorial Comares y reunió tanto a haijines españoles como hispanoamericanos. Por otro lado, dentro de esta “moda” del haiku, mucha gente se ha lanzado a escribir y catalogar bajo ese nombre lo que no son más que poemas breves que al incorporar metáforas u otras “florituras”, de ningún modo funcionan como haikus.      
No es el caso de Isabel Pose, que es una de las mejores haijines de nuestro país. Lleva años profundizando en la teoría y la filosofía de este género breve nacido en Japón en el siglo XVIII y fue discípula de Vicente Haya. Ha sido premiada en varios certámenes internacionales como el prestigioso Samurai Hasekura  o el Haiku No-Michi. Forma parte del equipo de redacción de la gaceta de haiku “Hojas en la acera”.
El haiku es lo que se dice y, sobre todo, lo que no se dice, y los haikus de En los bolsillos huesos de melocotón destacan por su atmósfera intimista. Haikus que nos hablan de una soledad serena, de enfermedad, que nada tienen que envidiar a los de Shiki:

             Del otro lado de la montaña
            trae al enfermo
            un manojo de menta.

Haikus de una enorme plasticidad y mirada flexible, milimétrica, que nos dibujan algunas escenas interiores muy sugerentes y llenas de vida:

             En el patio del fondo,
           la madre del samurái


            planta glicinas.

 El haiku es sencillo en su esencia, un ejercicio de desprendimiento que tiene que abandonar el yo para dejar constancia de ese asombro (aware) o ese encuentro entre la mirada del poeta y la naturaleza, que dura un instante, transmitiendo al lector un poso de armonía, la mística del paisaje. Ese instante pueden ser décimas de segundo, el tiempo que dura un relámpago:

            A la luz del relámpago:
           el plumaje de un pájaro
          mojado de lluvia.

 En general, los haikus de Isabel Pose no siguen la pauta del 5-7-5, lo cual es otro falso mito. Se puede escribir este género sin seguir el esquema métrico de las 17 sílabas, y la disposición tampoco tiene que ir necesariamente en tres versos. Por otro lado, también hay espacio para los haikus de temática urbana, que la autora plasma con maestría y nos deja flashes a modo de secuencias cinematográficas como “un plano de Roma” desplegado en el asiento de al lado o las noticias del frente que emite la radio mientras una mujer “descorazona ciruelas”.
En todos los haikus hay espacios en blanco, deben sugerir más que decir, y hablar de algún modo del silencio porque son gestados en la contemplación. Como bien explica la autora en la introducción, “para permitir que un haiku entre en nosotros es necesario que nuestra mente esté en silencio, sin estar analizando ni procesando nada”:
 
            Sin nadie a quien hablar.
            En la montaña
            esperando el invierno.

 El libro, bellamente editado por Polibea en su colección “el levitador”, en consonancia con la elegancia y la austeridad del haiku, se divide en tres secciones. Llama la atención la parte central, titulada  “Anti-haikus”, que no llegan a ser haikus por su exceso de “subjetividad” o porque incorporan metáforas. Es todo un gesto de honestidad por parte de la autora haberlos incluido en el libro y, al mismo tiempo, es muy pedagógico porque nos ayuda a identificar lo que se aleja de los cánones que, sin embargo, puede funcionar a la perfección como poema breve.
Acaba con unos tankas, un subgénero que apenas se practica en España y que fue muy popular en la corte nipona, especialmente durante el periodo Heian. Los amantes recurrían con frecuencia a este tipo de poema para enviarse mensajes con un significado que sólo ellos podían entender.  Por lo tanto, en el tanka sí que está permitida la subjetividad y la expresión de los sentimientos, y suele estar compuesto de 31 sílabas de 5-7-5-7-7, admitiendo también otras combinaciones. Curiosamente, sigue siendo la poesía predilecta en Japón y hay casos de bestsellers actuales escritos en tankas.


                                                                                                          Verónica Aranda

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