Joaquín Sorolla, Retrato de Zenobia Camprubí
Zenobia Camprubí toma un tren una tarde de primavera
Me he marchado en silencio
y la tarde de marzo me ha colmado de lilos.
La casa era asfixiante,
Juan Ramón persisistía en el enclaustramiento.
No importa que vivamos cerca de un sanatorio,
hipocondria y jardín delimitan maleza,
tránsito de rosales o neurosis.
Aprendí a viajar sola desde la adolescencia.
Cambié de continente muchas veces,
y busco, desde entonces, luz cobriza,
los paisajes en tránsito que traen olor a leña.
Pienso en vidas ajenas. Contemplo desde el tren
los huertos escondidos donde crecen nogales.
¿Alguien será feliz más allá de esas tapias?
¿Dónde empieza Castilla, sus cimientos sonoros?
En cada viaje en tren me multiplico:
mi otredad son las gárgolas con musgo,
los campos justo antes de la siega.
Se quedó en un boceto mi escritura,
no aspiré a mucho más,
no fijé desde el tren rayos de sol
por los acantilados.
Traduzco algunas noches a Tagore,
busco en su panteismo
ese manglar inmenso donde siempre es verano,
y alguna otra epifánica certeza.
Se ha detenido el tren y lanza carbonilla.
Nací para ordenar una gran obra.
Conocí a Juan Ramón
y llegué al ideal a través de sus versos.
Él cada tarde inventa la nostaljia,
es mirlo de esplendor y frágil dios sediento
que cincela palabras
como quien edifica un templo azul.
No hay comentarios:
Publicar un comentario