jueves, 1 de agosto de 2013

El Cretense





             MARÍA ANTONIA RICAS PECES, BELLEZA Y HONESTIDAD

EL CRETENSE. María Antonia Ricas Peces. Edita: Celya, Toledo 2013, 66 págs.


                                                                                                         Manuel Quiroga

Doménikos Theotokópoulos (1541-1614) nació en Candía, en la isla de Creta. Parece que su formación inicial tuvo lugar en los talleres de pintores de iconos de su ciudad; de ahí puede deducirse el bizantinismo de sus primeras pinturas. Creta por entonces era una posesión de la Señoría de Venecia, ello le permitió trasladarse a la ciudad de los canales y trabajar con artistas de la talla de Tiziano y, tal vez, Tintoretto, el Veronés o Bassano. También estuvo cerca de los pintores manieristas italianos, donde se destacan nombres como Dominichino, Parmigianino o Pontorno. En 1570 el artista cretense se traslada a Roma donde posiblemente estuvo cerca de los escultores de la época y, sobre todo, de Miguel Ángel. Es en Italia donde comienza a ser conocido por el sobrenombre de El Greco y donde se puede ya advertir una evolución de cierta madurez que le confiere su personalísimo estilo. Serían no obstante sus primeros conocimientos al lado de los pintores de iconos los que darían a sus obras el estilo personal que le permitió entrar en los ámbitos de la fama como pintor exquisito, a lo que se añade la riqueza de las escenas de la pintura veneciana del momento. Su fama como pintor y retratista era grande cuando se decide a venir a España y seguramente perseguía el conseguir encargos del propio rey Felipe II, que había comenzado a adquirir obras de pintores extranjeros para  El Escorial y los palacios reales. La primera noticia que se tiene de El Greco en Toledo dada del año 1577 fecha en que se encargó un retablo para el altar mayor de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo. A partir de ahí su trabajo, tan personal, con esas figuras alargadazas, el intento colorido de cada uno de sus cuadros, la vitalidad de esos rostros a veces retorcidos e imbuidos de una claridad mística, se va haciendo intenso culminando precisamente con  “El Entierro del Conde de Orgaz”, pintado para la Iglesia de Santo Tomé, donde aún se conserva y recibe miles de visitas. Los analistas consideran que se trata de una obra extraordinaria que constituye un prodigio de equilibrio entre el efecto casi estático de la parte inferior y esa sinfonía de movimiento en la parte superior, celestial; destacan además los retratos de los caballeros toledanos que contemplan el milagro y que dan al cuadro un contenido especialmente místico.
Refiriéndose a Theotokópoulos como “El  cretense”, la poeta toledana María Antonia Ricas Peces se ha situado frente a los cuadros más importantes de tal interesante artista y, con estas impresiones, nos da la imagen de cada una de tan genial obra. El libro, adornado además con muy adecuadas pinturas del artista Pablo Sanguino, creadas especialmente para este libro, se publica con motivo del IV Centenario del Nacimiento de El Greco. Sanguino pertenece a una tradición de ceramistas que acaban instalándose en Toledo en 1955 en un taller situado en El Valle; alumno de Mauricio Sanguino Otero y de José Aguado en la Escuela de Artes y Oficios de Toledo, desarrolla una interesante labor docente como ceramista tanto en Toledo como en Las Palmas de Gran Canaria durante casi una década. Actualmente se dedica exclusivamente a la producción artística. María Antonia Ricas Peces, Profesora de Primaria, ha participado en numerosos actos relacionados con su actividad, es codirectora con Jesús Pino de la revista artesanal poética Hermes y de la colección de poesía Ulises, en Toledo.
Autora de poemarios que han tenido excelente acogida, y con varios de ellos premiada en diversos concursos, destacamos “Mueren los dioses” (1983),“El libro de Zaynab” (1992), “Idolatrías” ( 1996), “Jardín al mar” (2004) y otras en colaboración como “Cielos de Toledo, “Coloricanciones”, etc. En un amable prólogo a “El cretense” Luis Peñalver Alhambra escribe que su poesía “transcurre como nuestro existir, entre el claror del alba y el del crepúsculo, `entre el inicio/del día y algo lado, amado,/concluyendo´ . Sus poemas , como los pétalos de una rosa, como las cuchillas de un tejo, tienen siempre un cierto sabor amargo a melancólica despedida”. En el caso de este nuevo libro únicamente se nos ocurre denominarle como la mejor guía para conocer la intención, la obra y la existencia del genial artista cuyas obras ha tenido las paciencia de admirar, analizar y estudiar con la visión del verdadero amante del arte y con la delicadez del creador lírico. Y no sólo ha revisitado las obras que del admirado artista se pueden encontrar en Toledo sino que ha buscado en colecciones de todo el mundo las huellas de El Greco para ofrecernos esas 18 reflexiones que nos permiten, a conocedores y desconocedores del tal obra, hacernos una excelente idea de tan importante panorama artístico. Así, al referirse a la “Anunciación” (Museo del Prado) habla de “Denso verde del visitante/sobre una nube/de roca o de presagio triste” y “La dama de armiño” (Stirling Maxwell Colection, Glasgow) es “Clara, suave, vacía…”. El “Retrato de Julio Clovio” (Galería Nacional Capodimonte, Nápoles” nos deja estos versos: “Este es su tiempoi,/y ha dejado a su amor cuidado/entre los arabescos/de la casa Farnese,/en la efe inicial/de locas miniaturas”.
“Celebremos la belleza y la honestidad de este poemario”, indicaba Luis Peñalver Alhambra en su prefacio.
“¿Por qué no llega todo el daño/y sangro apenas?”, se pregunta “San Sebastián” (Museo del Prado). Y la autora prosigue su invención de imágenes, su amable itinerario de precisiones líricas. En “La ciudad”  (sobre el cuadro “Visita de Toledo”, Museo Metropolitano, Nueva York) escribe: “El brillo extiende/su disculpa sobre edificios/pardos,/dora la duda y la atesora/en la ciudad que se conmueve”.
Entretanto el artista Pablo Sanguino sigue ofreciendo esos rostros imprevistos, esas miradas abiertas a todos los futuros, esas grafías repletas de intención y de vivencias.
La “Despedida de Cristo de María” (Museo de Santa Cruz, Toledo) que nos traería recuerdos de las pinturas de Rembrandt suscita en la inspirada autora versos hermosos, de los que extractamos los siguientes: “Ahora que has muerto,/cuando recojo de tu frente/tu latido y te vas durmiendo/y beso tu mano,-¿has notado/mi beso en tu mano?-“.
“El sosiego solapa/una mirada melancólica” leemos al contemplar ese “Retrato de dama con flor en el pelo” y de “Verónica” (Museo de Santa Cruz, Toledo) escogemos: “Así miro el lugar/que nadie mira./Ni siquiera imagino/cuánto gozo”.
“La Trinidad” (Museo del Prado): “El cuerpo tiende a deslizarse/hasta el mantillo de tierra/y deshacerse en un obsequio/para futuras mariposas”. “Retrato de poeta” que hace referencia a la obra “Fray Hortensio F. de Paravicino” (Museo of  Fine Arts, Boston) nos deja expresiones entre indagadoras y maravilladas acerca de la imagen cercana (“Busco una palabra milagro,/una palabra tiempo/a salvo de la muerte,/porque, ¿qué otra cosa se muestra/más encendida en la mañana?”.  “Juan Pardo de Tavera¨ (Hospital de Afuera, Toledo) suscita a María Antonia Ricas Peces unos de los pasajes más hermosos de todo el poemario: “Está todo en el cuerpo./¿Hoy lo recuerdas/si ya no tienes cuerpo?”. La poesía es un recorrido por la existencia, el espacio abierto a todas las esperanzas. El arte, las imágenes que suscitan el diario devenir, crean en los poetas una suerte de inspiración precisa y amables, capaces de modificar el pulso de la eternidad y de configurar los territorios de la curiosidad y las vivencias cotidianas.
Llegamos a una parte esencial del libro, es cuando la autora se define a sí misma ante tres retratos, sublime expresión del afán pictórico de El Greco. “Caballero de la Casa de Leiva” (The Montreal Museum of Fine Arts, Canadá) no sólo asombra con su presencia, más bien incide en los ámbitos de los mundos imprevistos; todo ello suscita en la autora versos diáfanos, limpios, repletos de vitalidad y armonía: “Todavía me muestra su aire/arrogante, como apostando/la casa y la alegría,/como la plenitud de un dios/irreflexivo”. “Caballero de la mano en el pecho” (Museo del Prado), obra según algunos estudios central en la obra del artista de Candía nos reja unas expresiones intensas, también vivaces:”Tal apariencia descansada/entre el regalo/de la destreza en el amor/y el principio de la renuncia;/esa inflexión en el tormento,/ese modo de condenarse/para estar tranquilo”. Pero es en su “Autorretrato” (Museo Metropolitano, Nueva York) donde El Greco desplega toda la intensidad de sus pinceles, donde se recrea en admirar el mundo a través de la pasión con que uno se mira en el espejo. Maria Antonia Ricas Peces nos recuerda que “Sólo es tiempo,/ademanes más contenidos/para proteger la blandura/de un resto precioso,/delicado”.
¿Y qué decir de la grandiosidad de una obra como “El Entierro del Conde de Orgaz”,  tabla tan visitada, apreciada, estudiada y alabada?. Pues la autora dice algo: “Quizá el amor/es su omisión;/sostenerse en la nube,/no recordar, mi amado amor,/ni contenerte en mí;/no recordar/ni el nombre ni su olvido”.
“Inmaculada Oballe” (Museo de Santa Cruz, Toledo), cuadro que la creadora lírica contempla con una visita escolar,  nos deja esa sensación del aprendizaje, de la observación del arte como parte de la vida, pues, dice, “Los niños/conocen la esperanza/en el color azul flotando como un cielo”.
“Visitación” (Dumbarton Oaks, Washington) nos lleva en volandas a una situación casi etérea, casi transparente: “Hay un momento sostenido/donde todo-la crueldad,/la burla, el dolor-se pliega/azul/y aunque pesado porque lágrimas/y lágrimas adensan,/azul se mueve en la visita,/tornasolado por la luz”.
Para quien tenga interés en un más amplio conocimiento de la obra de El Greco aquí se refleja la fecha en que el artista completó su labor, en la que hizo su trabajo para estar eternidad de goce y entusiasmo. Por ejemplo “Ángeles”,  es un detalle de la “Anunciación”, cuadro que se conserva ene. Museo del Prado fue pintado entre los años 1596.1600. Acerca de este espacio artístico leemos: “El pulso de la música/mide/la armonía de arder”.
Precioso el final de este volumen: “En un 25 de marzo, con los sauces peinándose y las prímulas envenenando de placer, con Ricardo ´Corazón de León´ paseándose sin su cota de malla alrededor del Castillo de Châlus, y un corazón secreto ansiando el aliento de otros labios, acabó de imprimirse este libro, porque El Greco regresa entre los dedos atentos al tacto y hay un momento Doménico en cada parpado de quien sabe mirar”.

Manuel Quiroga Clérigo.

Majadahonda, en los 30 grados centígrados del 21 de julio de 2013.


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