Jorge
Posada escribe mientras camina y que eso le provoca perder el rumbo: “Pierdo la orientación porque muchos textos surgen cuando estoy en
la calle. No tengo un lugar fijo para escribir. Las líneas pueden surgir
mientras camino, en la oficina, al cenar. Aunque me gusta mucho escribir en las
salas de cine, casi a ciegas.”
Foster Wallace lo explica
cuando describe el entrenamiento de un tenista: alistar el ojo para responder a
estímulos que llegan a 200 km/h.
La forma de construir imágenes de Posada tiene la influencia del cine
de Tarkovski. Entiendo el poema como un fotograma y secuencias de imágenes que
acaban gravitando alrededor de un espacio vacío, donde el trabajo final de
edición también es fundamental y hay un hilo conductor que da coherencia a
todos los textos, donde no faltan referencias o seudo referencias históricas y
guiños a otros autores.
Otra de las características es la experimentación
en el lenguaje, mezclado con algo de realismo sucio y el coloquialismo heredado de la segunda mitad del siglo XX, (hijos de parra/
hijos de gingsberg) y con algún destello de César Vallejo. Tal es el caso
de también de otros poetas
mexicanos como Luis Eduardo García y Ángel
Ortuño. Fuera de México, hay varios autores que pueden ser agrupados bajo
estas características como la peruana Myra Jara o la
puertorriqueña Cindy Jimenez Vera. Hay además en todos ellos un
gusto por la ironía, el humor negro como válvula de escape, así como una visión
desesperanzada del mundo y los estragos de la sociedad capitalista que genera
violencia, desigualdades sociales, enfermedad e incomunicación entre
generaciones.
El
poemario Depresión tropical de Jorge
Posada, publicado en la editorial Polibea, no usa mayúsculas ni puntación, tiene
vocación de ‘desjerarquía’ responde a una lucha contra las relaciones de poder,
apostando por lo horizontal. Se puede leer como
un poema continuo en el que ciertas líneas se comunican y crean otras escenas,
otros significados. Muchos poemas son apenas bocetos y, al igual que el haiku,
tienen un final abierto para que lo complete el lector. Pero se construyen con
imágenes contundentes, fulminantes, donde el tiempo se ramifica y crece el
desasosiego.
Los objetos cobran importancia en el poemario, así como los ciudadanos
de a pie, con quienes nos podemos cruzar a diario. Muchos textos se leen como
microrrelatos; cuentan la historia con minúsculas, historias de hombres
perdidos por las ciudades o en su laberinto interior, como el viejo de camisa
hawaiana que intenta descubrir la textura del cáncer o el hombre que acaba el
día durmiendo sobre la ropa sucia de una lavandería.
©
Verónica Aranda
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