martes, 6 de marzo de 2018

Jorge Posada en Madrid, tres lecturas






Jorge Posada escribe mientras camina y que eso le provoca perder el rumbo: “Pierdo la orientación porque muchos textos surgen cuando estoy en la calle. No tengo un lugar fijo para escribir. Las líneas pueden surgir mientras camino, en la oficina, al cenar. Aunque me gusta mucho escribir en las salas de cine, casi a ciegas.”
Foster Wallace lo explica cuando describe el entrenamiento de un tenista: alistar el ojo para responder a estímulos que llegan a  200 km/h.
La forma de construir imágenes de Posada tiene la influencia del cine de Tarkovski. Entiendo el poema como un fotograma y secuencias de imágenes que acaban gravitando alrededor de un espacio vacío, donde el trabajo final de edición también es fundamental y hay un hilo conductor que da coherencia a todos los textos, donde no faltan referencias o seudo referencias históricas y guiños a otros autores.
Otra de las características es la experimentación en el lenguaje, mezclado con algo de realismo sucio y el coloquialismo heredado de la segunda mitad del siglo XX, (hijos de parra/ hijos de gingsberg) y con algún destello de César Vallejo. Tal es el caso de también de otros poetas mexicanos como Luis Eduardo García  y Ángel Ortuño. Fuera de México, hay varios autores que pueden ser agrupados bajo estas características como la peruana Myra Jara o la puertorriqueña Cindy Jimenez Vera. Hay además en todos ellos un gusto por la ironía, el humor negro como válvula de escape, así como una visión desesperanzada del mundo y los estragos de la sociedad capitalista que genera violencia, desigualdades sociales, enfermedad e incomunicación entre generaciones.
El poemario Depresión tropical de Jorge Posada, publicado en la editorial Polibea, no usa mayúsculas ni puntación, tiene vocación de ‘desjerarquía’ responde a una lucha contra las relaciones de poder, apostando por lo horizontal. Se puede leer como un poema continuo en el que ciertas líneas se comunican y crean otras escenas, otros significados. Muchos poemas son apenas bocetos y, al igual que el haiku, tienen un final abierto para que lo complete el lector. Pero se construyen con imágenes contundentes, fulminantes, donde el tiempo se ramifica y crece el desasosiego.
Los objetos cobran importancia en el poemario, así como los ciudadanos de a pie, con quienes nos podemos cruzar a diario. Muchos textos se leen como microrrelatos; cuentan la historia con minúsculas, historias de hombres perdidos por las ciudades o en su laberinto interior, como el viejo de camisa hawaiana que intenta descubrir la textura del cáncer o el hombre que acaba el día durmiendo sobre la ropa sucia de una lavandería.

                                                                         © Verónica Aranda



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