El jueves, 15 de febrero, a las 18.30h, presentamos la antología "Pan duro", en la Biblioteca pública Pedro Salinas de Madrid. Glorieta de la puerta de Toledo, 1.
Os dejo mi prólogo al libro:
Os dejo mi prólogo al libro:
CLARIDAD
Y COHERENCIA
Sin
hay una voz auténtica y con personalidad propia dentro del panorama de la
poesía española actual, esa es la de Ana Martín Puigpelat. Ya estaba haciendo
falta una antología que recopilara poemas de todos sus libros, muchos de ellos
descatalogados o difíciles de encontrar (como poeta independiente que es y
además de culto, nunca repite editorial) y esta antología de Ars poética llega en un momento
oportuno, para celebrar su cincuenta cumpleaños y los veinte años de una trayectoria
poética sólida que comienza en 1998 con la serie de poemas Cuatro canciones difíciles y el libro Album de fotos y concluye con poemas inéditos que atestiguan su
evolución creativa y el proceso de depuración estilística.
La
obra de Puigpelat se presta bien a ser leída en su conjunto y libro a libro.
Una de sus grandes virtudes es su capacidad para construir poemarios compactos
y de gran coherencia, cimentados en la reflexión existencial, que narran una
historia con planteamiento, nudo y desenlace, o que se articulan en torno a un
símbolo que se hace alegoría, pero siempre desde el equilibrio entre lo
narrativo y lo lírico y el deseo de comunicar. De ahí que los diálogos-especialmente
entre el yo y el tú- sean relevantes en su poética, así como la oralidad. De
hecho, su labor como dramaturga es indisociable a la de poeta y se han
realizado bastantes lecturas dramatizadas de la poesía de Ana, donde se ha
potenciado su voz lírica clara, que no sencilla. Se sitúa entre los autores que
siguen siempre su camino y su intuición poética y no hacen concesiones. Como
bien la define Enrique Gracia Trinidad[1], “Ana Martín Puigpelat es
otra cosa: una poeta personal, distinta pero asequible, con un aliento digno de
los clásicos y un soplo de modernidad indiscutible, apoyada en su experiencia repleta
de mágicas resonancias.”
Estamos
ante una poesía que tiene su punto de anclaje en lo cotidiano y en el hombre, y
cierto sentido de inventario. Hay un claro interés por lo antropológico y lo
fundacional, por la historia de la humanidad, con sus pasiones y sus miserias,
su destrucción y sus obras excelsas. Esto es recurrente a largo de Apuntes para un génesis:
Al
principio del hombre
la
música era el ruido de la tierra,
el
solsticio al moverse
o el
gozne de la arena siempre al raso.
Porque
la palabra poética también es oportunidad y deseo de reescribir y reordenar el
acto de creación, y el poeta sería el demiurgo o pequeño dios creador y
visionario a quien se le da el don de reinventar el mundo imperfecto, acto que
tiene también mucho del azar y tirada de dados mallarmeniana. aunque en la
poética condensada de Puigpelat, que suele combinar con equilibro y sentido del
ritmo, heptasílabos, endecasílabos, eneasílabos, alejandrinos blancos o verso libre
en su última etapa, cada palabra está seleccionada con sumo cuidado para cincelar
un discurso que trabaja también con conceptos filósoficos, como nos aclara el
profesor Philippe Merlo en un extenso y revelador estudio sobre su obra.[2]
El
amor es el gran tema de la poesía de Ana, recurrente en todos sus poemarios, y
funciona asimismo como hilo conductor que guía al lector por esta panorámica de
su poesía:
el amor es semilla
que abandona mis manos en
palabra.
La
autora nos narra relaciones amorosas insertadas en este mundo o con el
trasfondo de la guerra. Es el caso de Los
enemigos del alma o Lyon, 1943. Luchas
fratricidas, atmósferas de odio y bandos enfrentados, donde las mujeres son las
grandes víctimas y perdedoras:
En los
últimos días de la guerra
las mujeres querían quemar
sus lenguas,
inventar signos con el aire,
regalar su garganta a los
bastardos.
Ellas seguro habían perdido.
(Los enemigos del alma)
Pero
el deseo y los cuerpos son lo único que da sentido a la existencia en tiempos
adversos de cartillas de racionamiento y bienes requisados; la piel como
honestidad y el amor siempre libre de convenciones, porque “sólo lo que nos
avergüenza se puede convertir en pecado”. Dentro de ese tema de temas, el amor
se revela con todos sus obstáculos: relaciones a distancia, solitarios lechos,
dudas bajo la rutina gris. Hay algo cernudiano en ese soliloquio entre la realidad y el deseo. Y en la asunción
de éste último como pregunta cuya
respuesta nadie sabe, pero que es nuestra “única verdad”. Asimismo, la
poética de la autora madrileña está impregnada de sensualidad. Llega a las
cosas a través de los cinco sentidos, los pone siempre en funcionamiento, especialmente
la vista. Hay pintura y constante observación de la luz en sus versos y en la
construcción de imágenes, esencia cromática en su forma de mirar el mundo y
aprehenderlo:
Derramo mis deseos
sobre la unión de
todos los colores.
Entre
los subtemas que encontramos a lo largo de sus poemarios, donde se insertan
también referencias culturales y literarias, está la música, entendida desde
esa comunión indisociable que forma con la poesía. Puigpelat, es una gran
melómana, y la poesía y el lenguaje musical siempre están presentes de un modo
u otro en sus libros. Tabula rasa, escrito
a dos manos con Nuria Ruiz de Viñaspre, constituye un poema sinfónico en el que
ponen palabras a 31 composiciones desde la Edad Media a Arvo Pärt. A lo largo
de este libro, la voz de la autora cobra expresionismo y rompe la abstracción
de la música para llenarla de elocuencia.
Asimismo,
la infancia con sus pequeñas liturgias y la genealogía familiar como construcción
de una memoria colectiva, son recurrentes en el imaginario de la poeta, donde
el lenguaje explora emociones y el discurso se formula muchas veces a través de
los personajes arquetípicos, como en el caso de Estado de noria, donde la voz narrativa se pone del lado de los que
sufren:
y se
oían rodar en una noria
los gritos de las madres maltratadas.
Entre
los símbolos recurrentes en la poesía de Ana, ocupa un lugar destacado la
naranja, fruto, que más allá de sus connotaciones mediterráneas, es para ella plenitud,
voluptuosidad y materia del amor, y su color es seducción. La naranja lleva el
nombre de la persona amada y su jugo es, a veces, el amor furtivo; su pulpa,
una intensa metáfora del amor consumado:
Es
naranja tu amor cuando mis pasos
se hunden en el huerto sin permiso
y beben a hurtadillas de ese zumo
del color que destilan las naranjas.
(Naranjas robadas)
Por
otro lado, el sueño y el viento serían los otros ejes del imaginario
puigpelatiano. Al viento le dedica un poemario entero (El descanso del viento) en el que observamos una textualidad
telúrica donde se personifican las fuerzas elementales y los paisajes indagan
en estados de ánimo, siempre dentro de una intensa compenetración
espacio-tiempo y una profunda comunión con la naturaleza.
El
título de la antología, Pan duro, nos
hace pensar en esos bodegones de Velázquez, en su trazo preciso y definido,
como la poesía de Puigpelat, y en su componente barroco de teatralización. Pan
duro porque ya los poemas dejan de ser recientes para quien los escribe y su
autora no se aferra a ellos, camina hacia adelante con los pies en la tierra,
pero traslada al lector su imaginario y el armazón anímico y conceptual que
late en la construcción de cada poemario suyo.
Verónica
Aranda
[2]Ana
Martín Puigpelat: Lyon, 1943, El
sastre de Apollinaire, 2001, pg. 102
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