martes, 2 de mayo de 2017

Piedra del Guadalquivir de Carlos Aguasaco


PRESENTACIÓN DE CARLOS AGUASACO Madrid, Centro de Arte Moderno, 27 de abril de 2017
                                                                                                 Verónica Aranda

   Piedra del Guadalquivir de Carlos Aguasaco (Bogotá, 1975), podríamos decir que son tres libros en uno pero que tienen un hilo conductor que son los ríos. Navega entre dos aguas y entre las dos orillas: por el río Guadalquivir y por Río Bravo (que separa Estados Unidos de México) y, en la sección intermedia, están las vocales, también acuáticas, mojadas en “savia y saliva”, como destaca María Ángeles Pérez López en el excelente prólogo, que son un homenaje al famoso soneto de Rimbaud.
   La primera sección, Piedra del Guadalquivir, que da título al libro, forma un poema unitario dividido en fragmentos. Son apuntes del caminante y su sombra que tienen una gran influencia oriental. El yo poético se va despojando de lo material y, al igual que sucede en el haiku, hay una disolución del ego, meditación apoyada en el ejercicio de respirar. Meditación y duermevela lúcido en el que el río envuelve al poeta en el ascetismo de su luz. Las repeticiones y la circularidad funcionan también como un mantra. Como cuando dice:

Yo diría que el poema es un tótem, afirma tajante
Tótem, tótem, ese es su mantra, el bordón de su jarcha.

  El cangrejo, que aparece en varios poemas actúa como símbolo de la muerte del hombre viejo, del maestro y, mediante la redención, el nacimiento del hombre nuevo. Porque el río, en palabras del poeta “es otra forma de tiempo” y las piedras son su memoria milenaria.
Por otro lado, hay un cuestionamiento metapoético que genera apuntes reveladores sobre la escritura y conecta con referencias a otros autores, y más claramente con Borges y con “Espejo de agua” de Vicente Huidobro, dos de los poetas que más en influido en Aguasaco. Y como trasfondo y paisaje emocional, las vivencias sevillanas con el poeta colombiano William Beltrán.
   Llama la atención la numeración maya precisamente sobre los poemas del Guadalquivir, de donde salían los barcos hacia las Indias, y regresaban cargados del oro. Es muy simbólico y una forma de saldar una deuda histórica con las culturas precolombinas. Se remonta a un pasado de códices pintados.
   Aguasaco, es poeta de múltiples registros, como ya demostró en Poemas hermafroditas.  La última sección del libro, “Diente de plomo”, que se editó previamente en México como libro objeto, representa el fuerte compromiso social del autor contra la narcoviolencia, el feminicidio y los asesinatos atroces de mujeres que vienen aconteciendo en Ciudad Juárez desde 1993, ante la pasividad de las autoridades locales y nacionales. Son poemas en prosa, una narcopoética próxima al microensayo, fruto de una investigación, donde trata también la problemática de los contextos de pobreza y desigualdad que conducen a tantos jóvenes latinoamericanos a difíciles encrucijadas. Jóvenes que pueden haber sido compañeros de colegio, compañeros de juegos en la infancia y que acaban en ese entramado de violencia y narcotráfico.  
   Uno de los poemas más intensos y escalofriantes del libro es que la elegía “Las muertas de Juárez” que está compuesto con los nombres de todas las víctimas de feminicidio. Su lectura en voz alta, su enumeración golpea y nos acerca al dolor colectivo.
   Apuntaba María Zambrano en un homenaje a Velázquez que “la poesía […] ha descendido una y otra vez a los infiernos para reaparecer cargada de historia y aun de historias infernales”. Carlos Aguasaco conoce la dimensión de estas historias que determinan también su forma de escribir, plasmándolas en estos originales y contundentes narcopoemas.
                                                                                                         
 (Carlos Aguasaco, Piedra del Guadalquivir, Editorial Polibea, nº 6 de la colección Toda la noche se oyeron, Madrid, 2017).


Las muertas de Juárez
[Poema compuesto con la lista real de los nombres de las víctimas de feminicidio reciente en ciudad Juárez, México]

¿Qué sabes de Adriana, Aída, Alejandra, Alicia, Alma, Amalia, Amelia o Amparo? ¿Qué sabes de Ana, Apolonia, Araceli, Aracely con i griega o Bárbara? ¿Qué sabes de Bertha, Blanca, Brenda, Brisa, Carolina, Cecilia, Celia, Cynthia, Clara, Claudia o Dalia? ¿Qué sabes de Deisy, Domitila, Donna, Dora, Elba, Elena o Elsa? ¿Qué sabes de ellas, de alguna de ellas o de Elizabeth, Elodia, Elva con uve, Elvira, Emilia o Eréndida? ¿Qué sabes de ellas, de alguna de ellas, de sus muertes, de sus últimas palabras o de Erica, Erika con Ka, Esmeralda, Estefanía, Eugenia, Fabiola, Fátima, Flor o Francisca? ¿Qué sabes de ellas, de alguna de ellas, de sus muertes, de sus últimas palabras, de sus llamados de auxilio, del hilo de sangre con que llevaban el alma atada al cuerpo o de Gabriela, Gladys, Gloria, Graciela, Guadalupe, Guillermina, Hester con su hache invisible en el aire o de Hilda? ¿Qué sabes de ellas, de alguna de ellas, de sus sueños, de sus recuerdos, de su recuerdo, de sus lápidas o de Ignacia, Inés, Irene, Irma, Jacqueline, Jessica con doble ese y sin acento, Juana, Julia o Julieta? ¿Qué sabes ellas, que cualquiera de ellas, de los ojos que lloran su ausencia o de Karina, Laura, Leticia, Lilia, Liliana, Linda, Lorenza, Lourdes, Luz o Manuela? ¿Qué sabes de ellas, de la más joven de ellas, de sus manos juntas como en oración buscando la paz de la justicia o de Marcela, Margarita, María, María, María, María, cuarenta veces María? ¿Qué sabes de ellas, de alguna de ellas, de sus memorias, de sus sonrisas acalladas con violencia o de Maribel, Maritza, Martha, Mayra, Merced, Mireya, Miriam o Nancy? ¿Qué sabes de ellas, de la más baja de ellas, de sus zapatos con lodo, de su relicario de plata, de su mano entre abierta y levantada como para saludarte o de Nelly, Nora, Norma, Olga, Otilia o Paloma? ¿Qué sabes de ellas, de todas ellas, de la primera de ellas, de su sombra en la tierra, de su corazón roto tres veces y a la vez treces veces zurcido con llanto o de Patricia, Paula, Paulina, Perla, Petra o Raquel? ¿Qué sabes de ellas, de la segunda de ellas, de sus primeros pasos, de sus muñecas, de su espejo de azogue o de Reina, Rocío, Rosa, Rosa como en un coro de Rosas, Rosalba, Rosario o Sandra? ¿Qué sabes de ellas, de la más vieja de ellas, de sus primeras letras, de sus gastos, de sus deudas o de Silvia, Silvia y Silvia, Sofía, Soledad, Sonia, Susana o Teodora? ¿Qué sabes de ellas, de la más alta de ellas, de sus tortillas, sus tacos, de su mole, de sus chiles rellenos o de Teresa, Teresita, Tomasa o Vanesa? ¿Qué sabes de ellas, de la más solitaria de ellas, de su talismán, de su tatuaje, de su marca de nacimiento, de la cicatriz de un parto o de Verónica, Verónica la otra, la otra Verónica que no es Verónica, Victoria, Violeta, Virginia, Viridiana o Yésica? ¿Qué sabes de ellas, de la más alegre de ellas, de sus canciones, de sus polleras, de su cumpleaños, del día de su santo, de sus mañanitas o de Yolanda, Yolanda, Zenaida o Zulema? ¿Qué sabes de ellas –dime-, de todas ellas, de cualquiera de ellas, de sus dolientes, de sus amigos, de sus hermanos, de sus hijos, de su bautismo, de sus nombres o de la mujer sin nombre que ha muerto más de setenta veces, de la mujer sin nombre que -¡ay! ¡ay! ¡ay! ¡ay! ¡ay! ¡ay! ¡Dios mío!- sigue muriendo en Juárez sin que nadie haga o diga nada?  


                                                                 © Carlos Aguasaco

No hay comentarios:

Publicar un comentario