PRESENTACIÓN
DE CARLOS AGUASACO Madrid, Centro de Arte Moderno, 27 de abril de 2017
Verónica Aranda
Piedra del Guadalquivir
de Carlos Aguasaco (Bogotá, 1975), podríamos decir que son tres libros en uno
pero que tienen un hilo conductor que son los ríos. Navega entre dos aguas y
entre las dos orillas: por el río Guadalquivir y por Río Bravo (que separa
Estados Unidos de México) y, en la sección intermedia, están las vocales,
también acuáticas, mojadas en “savia y saliva”, como destaca María Ángeles
Pérez López en el excelente prólogo, que son un homenaje al famoso soneto de
Rimbaud.
La
primera sección, Piedra del Guadalquivir, que da título al libro, forma un
poema unitario dividido en fragmentos. Son apuntes del caminante y su sombra
que tienen una gran influencia oriental. El yo poético se va despojando de lo
material y, al igual que sucede en el haiku, hay una disolución del ego,
meditación apoyada en el ejercicio de respirar. Meditación y duermevela lúcido
en el que el río envuelve al poeta en el ascetismo de su luz. Las repeticiones
y la circularidad funcionan también como un mantra. Como cuando dice:
Yo diría que el poema es un tótem,
afirma tajante
Tótem, tótem, ese es su mantra, el
bordón de su jarcha.
El
cangrejo, que aparece en varios poemas actúa como símbolo de la muerte del hombre viejo, del maestro y, mediante
la redención, el nacimiento del hombre nuevo. Porque el río, en palabras del
poeta “es otra forma de tiempo” y las piedras son su memoria milenaria.
Por
otro lado, hay un cuestionamiento metapoético que genera apuntes reveladores sobre
la escritura y conecta con referencias a otros autores, y más claramente con
Borges y con “Espejo de agua” de Vicente Huidobro, dos de los poetas que más en
influido en Aguasaco. Y como trasfondo y paisaje emocional, las vivencias
sevillanas con el poeta colombiano William Beltrán.
Llama la atención la numeración maya precisamente
sobre los poemas del Guadalquivir, de donde salían los barcos hacia las Indias,
y regresaban cargados del oro. Es muy simbólico y una forma de saldar una deuda
histórica con las culturas precolombinas. Se remonta a un pasado de códices
pintados.
Aguasaco,
es poeta de múltiples registros, como ya demostró en Poemas hermafroditas. La
última sección del libro, “Diente de plomo”, que se editó previamente en México
como libro objeto, representa el fuerte compromiso social del autor contra la
narcoviolencia, el feminicidio y los asesinatos atroces de mujeres que vienen
aconteciendo en Ciudad Juárez desde 1993, ante la pasividad de las autoridades
locales y nacionales. Son poemas en prosa, una narcopoética próxima al
microensayo, fruto de una investigación, donde trata también la problemática de
los contextos de pobreza y desigualdad que conducen a tantos jóvenes
latinoamericanos a difíciles encrucijadas. Jóvenes que pueden haber sido
compañeros de colegio, compañeros de juegos en la infancia y que acaban en ese
entramado de violencia y narcotráfico.
Uno
de los poemas más intensos y escalofriantes del libro es que la elegía “Las
muertas de Juárez” que está compuesto con los nombres de todas las víctimas de
feminicidio. Su lectura en voz alta, su enumeración golpea y nos acerca al
dolor colectivo.
Apuntaba María Zambrano en un homenaje a Velázquez que “la
poesía […] ha descendido una y otra vez a los infiernos para reaparecer cargada
de historia y aun de historias infernales”. Carlos
Aguasaco conoce la dimensión de estas historias que determinan
también su forma de escribir, plasmándolas en estos originales y contundentes
narcopoemas.
Las muertas de Juárez
[Poema compuesto con la lista real de los nombres de las víctimas de
feminicidio reciente en ciudad Juárez, México]
¿Qué sabes de Adriana, Aída, Alejandra, Alicia, Alma,
Amalia, Amelia o Amparo? ¿Qué sabes de Ana, Apolonia, Araceli, Aracely con i
griega o Bárbara? ¿Qué sabes de Bertha, Blanca, Brenda, Brisa, Carolina,
Cecilia, Celia, Cynthia, Clara, Claudia o Dalia? ¿Qué sabes de Deisy, Domitila,
Donna, Dora, Elba, Elena o Elsa? ¿Qué sabes de ellas, de alguna de ellas o de
Elizabeth, Elodia, Elva con uve, Elvira, Emilia o Eréndida? ¿Qué sabes de
ellas, de alguna de ellas, de sus muertes, de sus últimas palabras o de Erica,
Erika con Ka, Esmeralda, Estefanía, Eugenia, Fabiola, Fátima, Flor o Francisca?
¿Qué sabes de ellas, de alguna de ellas, de sus muertes, de sus últimas
palabras, de sus llamados de auxilio, del hilo de sangre con que llevaban el
alma atada al cuerpo o de Gabriela, Gladys, Gloria, Graciela, Guadalupe,
Guillermina, Hester con su hache invisible en el aire o de Hilda? ¿Qué sabes de
ellas, de alguna de ellas, de sus sueños, de sus recuerdos, de su recuerdo, de
sus lápidas o de Ignacia, Inés, Irene, Irma, Jacqueline, Jessica con doble ese
y sin acento, Juana, Julia o Julieta? ¿Qué sabes ellas, que cualquiera de
ellas, de los ojos que lloran su ausencia o de Karina, Laura, Leticia, Lilia,
Liliana, Linda, Lorenza, Lourdes, Luz o Manuela? ¿Qué sabes de ellas, de la más
joven de ellas, de sus manos juntas como en oración buscando la paz de la
justicia o de Marcela, Margarita, María, María, María, María, cuarenta veces
María? ¿Qué sabes de ellas, de alguna de ellas, de sus memorias, de sus
sonrisas acalladas con violencia o de Maribel, Maritza, Martha, Mayra, Merced,
Mireya, Miriam o Nancy? ¿Qué sabes de ellas, de la más baja de ellas, de sus
zapatos con lodo, de su relicario de plata, de su mano entre abierta y
levantada como para saludarte o de Nelly, Nora, Norma, Olga, Otilia o Paloma?
¿Qué sabes de ellas, de todas ellas, de la primera de ellas, de su sombra en la
tierra, de su corazón roto tres veces y a la vez treces veces zurcido con
llanto o de Patricia, Paula, Paulina, Perla, Petra o Raquel? ¿Qué sabes de
ellas, de la segunda de ellas, de sus primeros pasos, de sus muñecas, de su
espejo de azogue o de Reina, Rocío, Rosa, Rosa como en un coro de Rosas,
Rosalba, Rosario o Sandra? ¿Qué sabes de ellas, de la más vieja de ellas, de
sus primeras letras, de sus gastos, de sus deudas o de Silvia, Silvia y Silvia,
Sofía, Soledad, Sonia, Susana o Teodora? ¿Qué sabes de ellas, de la más alta de
ellas, de sus tortillas, sus tacos, de su mole, de sus chiles rellenos o de
Teresa, Teresita, Tomasa o Vanesa? ¿Qué sabes de ellas, de la más solitaria de
ellas, de su talismán, de su tatuaje, de su marca de nacimiento, de la cicatriz
de un parto o de Verónica, Verónica la otra, la otra Verónica que no es
Verónica, Victoria, Violeta, Virginia, Viridiana o Yésica? ¿Qué sabes de ellas,
de la más alegre de ellas, de sus canciones, de sus polleras, de su cumpleaños,
del día de su santo, de sus mañanitas o de Yolanda, Yolanda, Zenaida o Zulema?
¿Qué sabes de ellas –dime-, de todas ellas, de cualquiera de ellas, de sus
dolientes, de sus amigos, de sus hermanos, de sus hijos, de su bautismo, de sus
nombres o de la mujer sin nombre que ha muerto más de setenta veces, de la
mujer sin nombre que -¡ay! ¡ay! ¡ay! ¡ay! ¡ay! ¡ay! ¡Dios mío!- sigue muriendo
en Juárez sin que nadie haga o diga
nada?
© Carlos Aguasaco
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