miércoles, 30 de septiembre de 2015

Alberto Rodríguez Tosca, in memoriam

 
 
ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA (Artemisa, Cuba 1962-La Habana, 2015), falleció hace unos días en La Habana. Considerado uno de los poetas más importantes de su generación (la generación de los 80 en Cuba), en 1987 obtuvo el Premio David de poesía con el libro Todas las jaurías del rey y mereció el Premio de la Crítica en 1992 por su libro Otros poemas y en 2006 por el poemario Las derrotas. Residía en Colombia desde 1994.
Según Arturo Arango, “su poesía, más que derivar por contextos específicos, por los vericuetos de la vida nacional, se centró siempre en las angustias del individuo, en la relación del escritor con esa otra parte de su ser que es la palabra, en los límites de esa misma palabra y de la existencia.”
Os dejo tres poemas de Alberto, a modo de pequeño homenaje.
 
Las derrotas
Aquí comienza la enumeración de mis derrotas. Las que me propiné me propinaron. Les ordeno marchar en fila india como bestias marcadas con broquetas de azufre a la vista de una horda de ángeles. Les tapo los oídos para que no se distraigan con la euforia de los triunfadores. Las beso en la boca para que se distraigan con mi beso mientras pasa la quinta columna de los hombres felices. Este lunes, mis derrotas y yo nos pusimos de acuerdo para mirarnos a los ojos. Ya nos estamos viendo, rozando con los dedos, casi amándonos a la sombra indiferente de un cielo en llamas: Amigos idos, cuerpos enfermos, espíritus en ruina, vinos baratos, endiablados alcoholes, heridas en la cara, lenguas traidoras, mujeres en fuga, puertas clausuradas, plegarias, miedos, hambres, fiebres, cansancios, filias, fobias, héroes, mártires, extravíos de fe, hojas en blanco, naves a la deriva, falsos poemas, entierros, destierros, nombres propios, recónditos adioses, mis 38 años, todas las tumbas: mi madre en una de ellas, y polvo, polvo, mucho polvo cayendo sobre la realidad como chispas de agua sin consagrar en un bautizo embrujado. Ya fueron despedidas todas las plañideras. No habrá lamentos pero habrá un gemido. Un solitario gemido de papel a la luz de dos lunas. La mía y la vieja luna del mundo sobre cuyas laderas se acuestan con la muerte todos los derrotados. Buenos días, siglo. Por fin nos encontramos. Ojalá no hayamos llegado tarde a la cita.
 
Las vidas tranquilas del dolor
Vienen y van como cometas perdidos en una galaxia enemiga. Arden en la fragancia de los trinos y no se comprometen si no con sus propias estelas de agua. Son las vidas tranquilas del dolor. La calma chicha de la sangre agujereada por alfileres de seda. La fuente. El puente. Una estación para sembrar pequeños botones de bocas cerradas. El silencio no es humano. Lo alquilan en la tierra para falsificar la gloria de los dioses. Pero si callas hoy mañana te será dado un reino de noches sin culpas y devuelta la devoción por la música de los desiertos. No soy digno de decir lo que digo. Pero la madrugada será larga y nadie llamará para decir que no soy digno de decir lo que digo. Una cerveza, un ánfora, una foto, un perro, un vaso, un puerto, una tumba de más, una conversación con las estrellas y un país. Así transcurren las vidas tranquilas del dolor. Entre un cuerpo que tiembla y una ventana por donde alguna vez se fugó el día
 
El extranjero
Hoy me puse mis galas de extranjero para salir a caminar. Esta ciudad no es mía. La recorro sin prisa. Dejo que me recorra como lo haría la mano de una niña abandonada en una caja de cartón ante la puerta de un prostíbulo. La ciudad ignora que yo existo. Me escurro entre portales, columnas, puentes, autos, muros, gente. Soy un fantasma aferrado a su túnica como al último madero de un bosque a punto de zozobrar entre las ruinas de un suburbio en llamas. En cada esquina me aseguro de que aún llevo la isla en peso doblada en el bolsillo. Asechan los ladrones. Los asesinos cumplen su ronda alrededor de los ensueños del paseante solitario. Despiertan exhaustos los amantes al regreso de la dura faena. Si algo le pasara a la isla en peso que llevo en el bolsillo, la lluvia que ha empezado a caer quedaría congelada en el aire y tendríamos que abrirnos paso por entre espadas de hielo. Si algo le pasara a la isla que llevo en el bolsillo. Me resguardo en la barra de un bar del barrio La Concordia y pido una cerveza y un reloj. Busco el aturdimiento en el reloj y la hora exacta en la cerveza. Escribo este poema al dorso de la carta donde me advierten que debo seis meses de alquiler. ¿Será muy tarde ya para rendirle cuentas de las derrotas de anoche a la noche de las derrotas de mañana? En la mesa contigua un hombre llora, otro habla con la sombra de un barco que navega desconsoladamente en la pared. Yo pago la cerveza y vuelvo a la intemperie de un mundo que gira a la velocidad de un lirio. Sí, esta ciudad no es mía, pero tampoco de quienes la heredaron. Es del alba, es del sueño, es de la noche. Por eso hoy todos nos pusimos las galas de extranjero para salir a caminar.
 
                                                                                  © Alberto Rodríguez Tosca

lunes, 21 de septiembre de 2015

Tres poemas de Matteo Fantuzzi




Matteo Fantuzzi (Castel San Pietro Terme, Bologna, 1979), forma parte de la última promoción o ‘la generazione entrante’ de poetas italianos nacidos a finales de los setenta y principios de los ochenta. La de Fantuzzi es una poesía civil, poco retórica pero capaz de hacerse íntima. Con un estilo desenfadado, donde convergen cierta ironía mordaz y un fino humor negro, el autor retrata a modo de crónica poética la Italia contemporánea: la del desarraigo y el sinsentido.

 
Il lattaio di via degli Ori
chiuse nel ‘938
per scappare in Francia
dove aveva parenti.
Per anni sulla vetrata
rimase a vernice la scritta

                                   latte ebreo
E io ero un bimbo,
senza un’idea precisa di quello
che stesse accadendo:

 Credevo si trattasse soltanto d’ un gusto,
come la grattachecca all’ arancia.
Un giorno ne domandai
al nonno per fare merenda.

 Lui mi lasciò cinque dita sul volto

 

 El lechero de via degli Ori
cerró en 1938
para huir a Francia
donde tenía parientes.

Durante años sobre la vidriera

quedó en barniz el letrero

                                   leche hebrea
Y yo era un niño

sin una idea precisa

de lo que estaba ocurriendo:

creía que se trataba sólo de un sabor,

como el granizado de naranja.

Un día se la pedí
a mi abuelo para merendar.

 Él me dejó la marca de los dedos en la cara.

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Non si sveglia mai

questa città dal treno

come non volesse,

ne sentisse poco l’obbligo.

E mentre chiude le finestre,

mentre si tappa in casa, intanto

dorme il propio stato di malessere:

la sua sconfitta urbana.

 

No se despierta nunca
la ciudad con el tren
como si no quisiera
ni apenas sintiese la obligación.

Y mientras cierra las ventanas,

mientras se encierra en casa, al mismo tiempo

duerme su propio malestar:

su derrota urbana.

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Tutti quei campi –quei fiori –

bianchissimi. Quei campi,

quei fiori, tu che stai

dormendo. Bianchissimi.

 
Todos esos campos – esas flores –
blanquísimos. Esos campos,
esas flores, tú que estás

durmiendo. Blanquísimos.

                                                           

                                                           © Matteo Fantuzzi

                                                           © Traducción: Verónica Aranda


martes, 1 de septiembre de 2015

Un poema de Herberto Helder

 
 

Hace unos meses, fallecía en Cascais Herberto Helder, sin duda el mayor poeta portugués del siglo XX, autor de libros cumbre como O poema continuo. “El poeta oculto” de Madeira, el más rebelde de los poetas portugueses, que rechazó premios, entrevistas, fotografías y reediciones de sus libros. El poeta del verso largo, órfico y visionario. Trabajador incansable de metáforas, Helder construyó una obra que es un universo entero y dio a la lengua portuguesa una nueva exuberancia.

 

Os dejo uno de sus poemas más representativos:

 

 

HERBERTO HELDER                 

 

Sobre o Poema

 

Um poema cresce inseguramente
na confusão da carne,
sobe ainda sem palavras, só ferocidade e gosto,
talvez como sangue
ou sombra de sangue pelos canais do ser.

Fora existe o mundo.
Fora, a esplêndida violência
ou os bagos de uva de onde nascem
as raízes minúsculas do sol.
Fora, os corpos genuínos e inalteráveis
do nosso amor,
os rios, a grande paz exterior das coisas,
as folhas dormindo o silêncio,
as sementes à beira do vento,
— a hora teatral da posse.
E o poema cresce tomando tudo em seu regaço.

E já nenhum poder destrói o poema.
Insustentável, único,
invade as órbitas, a face amorfa das paredes,
a miséria dos minutos,
a força sustida das coisas,
a redonda e livre harmonia do mundo.

— Embaixo o instrumento perplexo ignora
a espinha do mistério.

   E o poema faz-se contra o tempo e a carne.

 

  

    Sobre el poema

 Un poema crece inseguro

en la confusión de la carne,

asciende aún sin palabras, sólo ferocidad y gusto,

tal vez como sangre

o sombra de sangre por los canales del ser.

Fuera existe el mundo.

Fuera, la espléndida violencia

o los racimos de uva de donde nacen

las raíces minúsculas del sol.

Fuera, los cuerpos genuinos e inalterables

de nuestro amor,

los ríos, la gran paz exterior de las cosas,

las hojas durmiendo el silencio,

las simientes a orillas del viento,

la hora teatral de la cópula.

Y crece el poema tomando todo en su regazo

Y ya ningún poder destruye el poema.

Insustentable, único,

invade las órbitas, la cara amorfa de las paredes,

la miseria de los minutos,

la fuerza sostenida de las cosas,

la redonda y libre armonía del mundo.

Debajo el instrumento perplejo ignora

la espina del misterio.

   Y el poema se hace contra el tiempo y la carne.

 

 

                                             © Herberto Helder

                                             © Traducción: Verónica Aranda