jueves, 9 de abril de 2015

Presentación de "Blancura" de Eugénio de Andrade




La editorial Polibea inaugura una nueva colección de poesía bilingüe, “Orlando versiones”, y ha tenido el acierto de comenzar con uno de los mayores poetas portugueses del siglo XX, Eugénio de Andrade; uno de esos autores imprescindibles que uno no se cansa nunca de releer. Quizás el menos melancólico de los poetas lusos, el “poeta de la luz” que revive los instantes de plenitud. Los versos de Eugénio de Andrade nos llevan siempre a junio, a los trigales y surcos del verano. Se gestaron en la tierra, con sus caminos de la sed y el fulgor del amor y de la fruta madura.

Miguel Losada, antólogo y traductor del libro, lo titula con buen criterio, Blancura, pues la poética diáfana de Andrade nunca dejó de buscar la claridad, “la luz más pura desnudando la poesía”, dando a las palabras una blancura primigenia. En su celebración del mundo convergen el ardor de la cal y una patria situada al Sur, en un eterno verano luminoso.


Una pequeña degustación de 34 poemas de un autor imprescindible, maestro de la transparencia y la difícil sencillez. Una antología-itinerario que refleja a la perfección el proceso de desprendimiento de Andrade, la materia solar con la que fue confeccionando su escritura.    



XVI
Deixo ao Miguel as coisas da manhá-
a luz (se não estiver já corrompida)
a caminho do sul,
o chão limpo das dunas desertas,
um verso onde os seixos são
de porcelana,
o ardor quase animal
de uma romã aberta.

XVI
Dejo a Miguel las cosas de la mañana:
la luz (si no estuviera ya corrompida)
camino del sur,
el suelo limpio de las dunas desiertas,
un verso donde los guijarros son
de porcelana,
el ardor casi animal
de una granada abierta.

XXIII. SUL
Era verão, havia o muro.
Na praça, a única evidência
eram os pombos, o ardor
da cal. De repente
o silêncio sacudiu as crinas,
correu para o mar.
Pensei: devíamos morrer assim.
Assim: arder no ar.

XXIII. SUR
Era verano, había el muro.
En la plaza, la única evidencia
eran las palomas, el ardor
de la cal. De repente
el silencio se sacudió las crines,
corrió hacia el mar.
Pensé: deberíamos morir así.
Así: arder en el aire.

                                               © Eugénio de Andrade

                                              
                                   © Traducciones: Miguel Losada

lunes, 6 de abril de 2015

Acebal de Prádena, haikus

                                                                                       © Foto: Verónica Aranda

     
        I
 El corazón
del tupido acebal
lleno de bayas.

   
        II
Frezan las vacas.
Últimos frutos rojos
en el acebo.

     
         III
Suenan cencerros.
Voy a contracorriente
de los arroyos.

                        © Verónica Aranda

miércoles, 1 de abril de 2015

Foto poema de Juliana Corbelli (Argentina)

La última pata

“La belleza se manifiesta con una leve asimetría en 

las proporciones” (Leonardo Da Vinci)

“Toda espiral provoca una ley de crecimiento” (La 

divina proporción, Ghyka)




(Fotografía tomada en la casa del escritor Haroldo Conti)

 Un día de estos un buen día de estos la susodicha se evidencia cierta mejor necesaria precisa ¡Qué va! Se pone pésima pese al perdón de pensar que no tanto puede incluso que nadie ni idea ni hablar. No porque muy de mañana es más tarde mejor dicho Mengana la mayor parte de llegar a ser lo que se dice la única parte la manera en que jamás. Igualmente  hace falta hace poco. Fulana, gracias generalmente están en contra del esto es es más del érase una vez y enseguida se echa a donde quiera que ¿desde cuándo? Desde hace rato desde luego de un momento a otro de una vez por todas de acuerdo. ¿Da algo? Creer que sí de súbito considerando que como mucho casi nunca bueno bastantes veces alrededor de alguien algo más se alegra de algo ahí. Acaba de ver si a la Harolda a fuerza de intrepidez trastoca la maniobra a las potencias sucesivas permanecerá se extenderá hacia lo insospechado en lugar de despojarse de su propia tierra Harolda, la divina proporción.

                             
                                                                                                   © Juliana Corbelli