miércoles, 10 de abril de 2013

Poesía hípica





















PEDRO JESÚS DE LA PEÑA: “EL SOL ES LOS CABALLOS CUANDO TE MIRAN”

PIEKNO KONI (POESÍA HÍPICA). Fundacji Sztuki. Varsovia, 2013.

                                                                                           
                                                                                                           Manuel Quiroga

Hay amantes de los caballos como los hay del dinero. Los primeros son más humanos. El profesor universitario, poeta, viajero, humanista Pedro Jesús de la Peña, nacido en Reinosa y residente en Valencia ha reunido algunos poemas dignos de mención en un libro que, en español, conoceríamos como “Poesía hípica” y que han sido vertidos a varias lenguas. En este caso se nos ofrece un precioso librito en castellano y polaco. Piotr Sagan en una nota preliminar dice que “la publicación del libro en Polonia había sido una de las aspiraciones no realizadas del autor hasta ahora”. Desde luego si en el idioma de Wojtila tienen el mismo sabor que en español estos poemas seguirán siendo la misma delicia que lo son a nuestros oídos. “La niebla es los caballos cuando respiran:/de sus ardientes pechos sube a sus bocas,/como una nube blanca se eleva y gira/por los cortados picos, sobre las rocas./El sol es los caballos cuando te miran,/el sol son los caballos cuando los tocas/después de ese galope en que traspiran/y relucen y brillan como las focas./El viento es esas crines cuando se mecen,/la tempestad sus belfos cuando resoplan,/la vida sólo es vida cuando galopan./Sólo es de noche cuando se desvanecen”. No será muy difícil adivinar el título del poema que precede, dedicado precisamente a otro amante de esos nobles animales. Sí, han acertado, “Los caballos”. Pero hay más, bastante más. Estrofas tan preciosas como estas: “Todos los caballos, cuando mueren,/se llevan en la boca un poco de pradera”, que nos traslada a una hermosa naturaleza donde aún es posible el amor a los equinos.”A mí me gustas tú, que eres/un caballo nocturno,/un planeta sin luz con una negra estela/que espanta aerolitos como moscas./una presencia opaca, amalgamada/de fuerza y maravilla,/un contundente sol ardido hacia mil años”
En un mundo de personas insolentes, de desamor continuo, de frialdad, de guerras, escribir versos para dar cuenta de la hermosa relación entre un ser humano y un ser casi racional llamado caballo no es más que la expresión líricamente afortunada de los mejores sentimientos. Eso es lo que celebramos en estos versos de Pedro J. de la Peña, que en obras distintas ha dado muestras de su innegable romanticismo y de su apasionado afecto por la naturaleza y por el inmenso edén que es la vida. “Somos como el centauro, sólo un cuerpo de amigos,/un cuerpo prodigioso ensamblado hasta su fin./Envejecemos juntos entre mieses y trigos/con la misma dulzura que la flor del jardín”, leemos en el último poema y nos imaginamos a hombre y noble bruto cabalgando por los horizontes de la amistad y de cierta ternura, esa que muchas veces echamos de menos en las relaciones entre los humanos. Sí, centauros, delfines de los dioses, compañeros del viento son el alazán y su jinete. Y ambos emprenden el vuelo hacia los húmedos espacios de la pradera o las maravilladas sendas de la montaña. Pueden hacerlo en cualquier momento porque siempre hombre y caballo sabrán surcar esas distancias con la elegancia de la amistad, con el fervor de la huida. O, ese recuerdo de Calígula cuando leemos: “Un caballo bastó para un imperio/y por su falta un reino fue perdido”. Y es que en la historia también los animales compañeros del hombre han tenido, y seguirán teniendo su lugar, a veces preeminente, mucho más que los consejeros áulicos o a los cortesanos empalagosos. La existencia es otra cosa.
“Se agitan los caballos y relinchan de gozo”, leemos en el divino  poema titulado “El retorno de los samurais” con una preciosa cita de Jaime Siles, “Dentro de los oídos, ametralladamente, escucho los tendidos golpes de los caballos”.

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