Uno de mis pasatiempos preferidos de Tánger es ir a la sesión de las 15.30h del Cinema Mauritania, un viejo cine de los años ’50, que aún se mantiene en pie milagrosamente y dan tres pases diarios de una película india por el módico precio de 12 dhirham (un euro). Los marroquíes son grandes aficionados a Bollywood. De los cafés de Tánger, siempre que no haya fútbol, llegan las voces estridentes de los estudios de cine de Bombay y Madrás. Y en la medina hasta se puede regatear en hindi para comprar unas babuchas, que los mercaderes, a fuerza de ver películas, entrarán al trapo.
La película suele llegar rallada y con el color algo desvaído. Un tercio de la pantalla la ocupan los subtítulos en árabe y en inglés. Versión original en hindi. Casi tres horas de canciones, tramas llenas de obstáculos, los soliloquios de heroínas indias, la dicotomía entre malos y buenos, moralinas, bellos rostros, asesinatos, saris de colores brillantes y final feliz tranquilizador con bailes apoteósicos. Aunque el verdadero espectáculo está en observar lo que pasa fuera de la pantalla. Parejas que llegan en el segundo tiempo de la película y no precisamente para ver la película, y ocupan las últimas filas de la parte superior, casi exclusiva para el amor furtivo. Hombres solitarios que encienden su cigarrillo con languidez oriental, olor a hachís, ruido de bolsas, escupitajos, cremalleras, butacas ancestrales que se hunden, olor a cacahuetes tostados, soldados que lanzan frases obscenas desde las filas de atrás, techo con goteras a punto de derrumbarse y el acomodador hablando a gritos con una linterna de la época del Protectorado.
Cine dentro y fuera de la pantalla. De India hasta Marruecos un viaje garantizado por el módico precio de un euro.
Verónica Aranda
Verónica Aranda
Que desastre
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